¿Quién dice que no puede dormir?

Todo está en la técnica. Me contaron  la historia de un chamán que para dormir mejor se recostaba sobre una loza llena de agujeros en la cabeza, cuando cerraba sus ojos, cada cabello que salía de los agujeros se convertía en un sueño que salía volando en forma de un haz de luz, cada pensamiento que salía por cada orificio se convertía en una piedrita que iba cayendo a una pequeña jícara. Claro, a veces la desventaja recaía en que solía tener sueños tan intensos que tanta luz no permitía que sus ojos se cerraran por completo y también eran tantas cosas las que pensaba, que a la mañana siguiente despertaba con una almohada de piedritas que le torcía el cuello. Al despertar, era tanto su dolor y tantos los guijarros que su piel también quedaba marcada por la forma deforme. Con el paso del tiempo, su casa tuvo suficientes piedras para levantar una cerca y comenzar a cimentar unos nuevos cuartos en los cuales podría criar uno que otro animalito, pero su espalda quedaba solamente más amolada (eso que dicen que las lozas, según la opinión de médicos de vanguardia o por lo menos el médico que había llegado al pueblo esa vez, eran saludables para mantener una postura recta de las vértebras cervicales y lumbares, las zonas más frágiles de la columna), por lo que su humor con cada día que pasaba empeoraría hasta que la gente del pueblo se apartó de él. El viento ya no quería ir a platicar a sus oídos por que comenzaba a escupirle, los animalitos que tenía en los nuevos cuartos murieron de inanición y la casa se descuidaba hasta quedar un simple chiquero lleno bultos interminables de piedra caliza, arena, mármol y diamantes.

Cuando decidió que no podía seguir así, lo que hizo en realidad fue algo sencillo: tomó su casa y caminó hacia lo más alto del cerro en el que vivía, como una vena de agua emanaba de la cima, no tuvo problema alguno en construir bajo su loza una especie de piscina con un ligero espejo de agua que fluía,  cuando los pequeños granos de roca salían filtrados de la loza perforada, inmediatamente caían hacia el caudal de ese riachuelo cristalino. A veces podían disolverse en el agua formando una fina arena, con el tiempo el chamán tendría una estancia casi playera en la cual crecieron los más hermosos cactus y flores con colores que un ojo humano, más que él, era capaz de describir, los colibríes llegaban a beber el néctar y el viento con su gran aliento los empujaba para que no maltrataran los frágiles pétalos ni los botones de los hijitos que llegaran a crecer. 

Las piedras que no llegaban a deshacerse, eran arrastradas por la corriente hasta el fondo del río con el que conectaba este pequeño manantial. La piedra, aunque suponemos que no tiene vida y es un elemento inerte, cuando salía de la cabeza del chamán y entraba en el torrente hasta llegar al caudal mayor, era literalmente ahogada. Claro, el mar con más fuerza haría el trabajo de destruirla.

Sólo faltaba el problema de la iluminación, así que tomó un petate, lo forró con la piel de una serpiente de anillos plateados y naranjas, la enrolló en un cono y se la puso en la cabeza. Para que la luz no rebotara, hizo los cálculos necesarios (vara y brazo) para abrir un boquete en las esquinas de las paredes y el techo. Cuando tiene sueños radiantes, la luz sale disparada, ha habido casos en que los barcos han encallado por que confunden esa luz con los destellos que deja el faro, siendo éste que está más cerca y el chamán mucho, mucho más lejos, haciendo la arena más suave del planeta y guiando navegantes en la oscuridad.

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