El Eclipse

Esa mañana comenzó a ensombrecerse con un halo misterioso, como de levantar la última cosecha, agarrar los últimos respiros para un esfuerzo más, a polvo cósmico con maíz. A campo abierto, las nubes parecían ir a una velocidad inusual, sabían que interrumpían el espectáculo entrante, que faltaban a las reglas del orden supremo: despejar una vez que la luna comience a estar frente al sol.

-¿Quién dirigirá este espectáculo tan hermoso? - comentó mi hermana ya hipnotizada por los primeros rayos ultravioleta de muy alto espectro que se empezaban a filtrar por la naciente corona solar. 

-Es un fenómeno complejo pero muy cabrón, yo creo que somos afortunados de ver algo así, pero no me tardo nada, voy al banco, no me tardo para ver la coronación del eclipse - así que agarré mi bicicleta y comencé a rodar a todo pedal. 

"Quién dirigirá este espectáculo tan hermoso", me quedé pensando en esa pregunta, iba tratando de explicarme para comprender todos los eventos regidos por el caos que generan al final un evento tan armonioso y simbólico, los impulsos de ondas cósmicas, las órbitas de los planetas y los satélites, toda esa energía que genera dos horas de sombras en el día sobre una franja de la geografía terrestre. Una maravilla. 

De repente, se comenzaron a escuchar unos murmullos -cuánto tiempo más los dejamos- yo creí que era un auto que venía detrás de mí con la música a todo volumen, pero al voltear sobre unas parcelas vi una corte de garzas cósmicas sobre una casa abandonada. Así que frené para acercarme y escuchar algo de lo que decían. A medida que me acercaba lo que parecían garzas ganaderas, era más bien unas criaturas hechas de luces blancas en vez de plumas y más grandes de lo que parecían, el pico era de oro y estaba pegado al pecho, como si fuera una gargantilla y unos enormes ojos. 

Como hablaban en el idioma de las aves, no se les distinguía mucho, apenas logré escuchar algo como permanencia, florecer en la oscuridad, extinción del universo, tienen que aprender a desaprender o morirán y otras tantas que se filtraban en el aire cuando hacían como cuando las garzas sacuden sus plumajes. Estaban decidiendo el destino de este mundo. 

Pero una de las garzas logró verme y al ver yo sus ojos pude ver todo el universo que se podía ver hasta las radiaciones del mismo Big Bang, sentí que una parte de mí se iba hasta esa distancia tratando de llegar hasta esa distancia infinita. Cuando regresé ya se habían ido, justo antes de que la corona solar llegara a su punto cumbre.

Aún no sabría entender lo que vi ese día, pero sí cómo me sentí después de eso: como esperanzado, con un halo de muerte pero no de la muerte definitiva, sino de la que transforma, de cuando el grano de maíz muere para germinar, para seguir creciendo. Era tal vez una muestra de haber estado en presencia ante unos seres celestiales, aunque fuera por unos instantes. 

Cuando regresé a casa, mi hermana estaba meditando e medio del patio, absorbiendo la energía cósmica. La primera vez que la veía ser uno con el universo. 






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