Rostros en las paredes
Tiene ya un rato que me los encuentro por todos lados, no sé, pienso que llegan desde la luz y se manifiestan en los contrastes o relieves que ofrecen las paredes, techos, algunas nubes o la tierra misma, el polvo efímero. Cualquier mancha en la que yo vea un rostro, yo lo recibo como si fuera un invitado que entra a mi casa y me ofrece compañía a ratos.
A veces son rostros amigables, como si fueran seres de un mundo antiguo, tal vez chamanes o brujos que rondan este plano; cansados de tanto camino, ahí se quedan. Hay sabiduría en ellos: me dicen cosas acerca de los beneficios de respirar profundo y alimentarse sanamente, otros me dicen que ya no debería de fumar tanto porque así pierdo capacidades cognitivas y metacognitivas, como si fuera una montaña de pensamientos que hay que estar escarbando.
Fui a terapia a consultarlo, pero el psicólogo me dijo que no debería de ponerle tanta atención a esas manifestaciones, que no son sanas esas manifestaciones de pareidolia. Me ha recomendado anotarme a talleres en los que pueda conocer nuevas personas, rostros reales con los cuales aprender nuevas perspectivas y tener otras experiencias que enriquecerían mi vida. Lo anotó en mi bloc de notas con letra remarcada al pie de la página: importas tú en este mundo real.
También vienen criaturas asombrosas. Por ejemplo, una que a veces ruge y muerde de lo más salvaje cuando se le quiere ver de cerca: es una mezcla de un murciélago con un lobo desquiciados por el hambre. Come a voluntad lo que le arrojo, alguna emoción vaga que haya llegado durante el día, pero sobre todo ideas, ideas por montones, aunque siempre termina vomitando, ruge aún más violento y rasga y bufa como queriendo salir de esa jaula que es el techo. Apenas ve que me despierto, comienza a chillar frenéticamente y no le puedo callar hasta que estoy fuera de la cama, es la principal motivación para levantarme temprano: lanza zarpazos, escupe algo parecido al salitre, en ocasiones parece que trata de imitar a los pájaros cuando sale el sol.
La última vez pareció que se ahogaba hasta la muerte, quería salvarlo, sentía impotencia. Hasta que llegó un guardia de fuego a vigilarlo, no lo dejaba moverse, incluso lo exilió del techo. Pero no sé qué se traen ahora, creo que se han puesto de acuerdo en matarme, tal vez dije algo que no debía mientras dormía, suelo hablar dormido, seguro les he faltado al respeto. He temido por eso, incluso decidí dormir en el sofá, siento que pueden trasladarse entre las paredes para darme el golpe final. Llevaba un mes sin dormir suficiente. Hasta que ayer la humedad terminó por tirar el techo, ahora se ven las estrellas y se siente más frío por las noches, pero estoy agradecido de que se haya liberado esa prisión. Ojalá encuentren refugio pronto en algún otro sitio, al fin sólo son unas manchas.
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